Confesión de un viernes santo


Confesión de un viernes santo

“Di tres veces, muy despacio: gracias Dios Padre por perdonarme”

Somos amigos desde siempre. Aunque no nos vemos muy a menudo, cuando lo conseguimos estamos, por lo menos, un par de horas tranquilamente hablando delante de una cerveza y un cenicero que poco a poco, se va llenando.

En uno de esos encuentros, hace ya varios meses me preguntó, por simple curiosidad, como de pasada, ¿qué es eso del año de la misericordia? Me llamó la atención su pregunta porque no suele interesarse por esos temas.   Le dije simplemente que el Papa quiere recordarnos que Dios es misericordioso y que Jesucristo ha venido para perdonarnos.

Puso cara de asombro pero, con  eso cambió de  tema.

Pasaron meses y, el lunes de la semana santa, me llamó por teléfono para decirme que no tenía tiempo para que nos viéramos y que le explicara cómo se hace una confesión porque no lo recordaba. Le respondí lo más fácil que se puede por teléfono: simplemente vas a un sacerdote y le dices que no sabes confesarte; los curas están acostumbrados a oír eso. Me dijo: gracias, te llamaré y…colgó.

Claro que me dejó muy pensativo.

Hoy, viernes santo, me volvió a llamar y me dijo que quería confesarse pero que no sabía cómo encontrar un sacerdote. Ahora si me sentí más comprometido y quedé en recogerlo en su casa para ayudarle. 
Como es viernes santo no hay actividades litúrgicas en las parroquias, salvo la adoración de la Eucaristía. Pero, a la tercera iglesia que fuimos nos dijeron que había un sacerdote.

Estuve un rato esperándole dentro de la capilla de la iglesia y, como supuse que se alargaría salí afuera a esperarle.

Sorprendentemente, a los pocos minutos salió. “Ya está”, me dijo. Bromeando le respondí: pues no era para tanto.

-      No me habías recordado que hay que cumplir una penitencia para terminar la confesión.

-      Bueno si, con tus prisas… ¿va a ser problema la penitencia?

-      Todo lo contrario, es lo que más me ha gustado ¿te digo cuál ha sido la penitencia?

-      No, la verdad, no hace falta.

-      Pues el sacerdote me ha dicho: “como penitencia, di tres veces, muy despacio: gracias Dios Padre por perdonarme”

Nos quedamos callados, pensativos. Mejor no decir nada para no estropearlo.

Escribí estas líneas y se las envié en un email para preguntarle si podía publicarlo. Su respuesta: claro que sí, ¡ojalá a otros les pueda servir!

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